
-¿Queréis mi ojo, no?- preguntó con seguridad.
-Sí, y lo vamos a obtener con lucha y con coraje- dijo la gominola más joven.
-¡Pues no lo conseguiréis!- exclamó e inmediatamente se puso de pie.
Yo en aquel momento no lo recordaba tan grande como en las historias que me contaba la Vieja Tata.
-¿Como te llamas?- preguntó el cíclope. Y en aquel instante, recordé aquella historia de Ulises y el cíclope.
-Me llamo Nadie- le respondí.
-De acuerdo Nadie y ¿que es eso que lleváis en vuestras cantimploras?
-Agua con azúcar
Rápidamente el cíclope me la arrancó y se bebió la mía y la de todas mis compañeras. Al beberse todo, estaba tan puesto de azúcar que se desmayó. Era nuestra oportunidad, era la hora. Rápidamente le arrancamos el ojo y nos lo llevamos. Salimos por donde entramos y al ver mi padre estrujamos el ojo y el líquido cayó al fuego, el fuego de la vida, y hizo que mi padre viviese. Poco después el cíclope despertó y empezó a gritar: ¡¡NADIE DONDE ESTAS MALDITA BASTARDA!!
Al decir que era nadie todo ser que quería ayudar no podría ya que no fue nadie. Llegado a la aldea de las gominolas. Mis amigas y yo fuimos recibidas como verdaderas heroínas.
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